Lo que no te dicen de trabajar en una libreria
O como ser librera más que un trabajo es un oficio
En enero de 2022, después de haber decidido que —estando en mi cuarto semestre de la universidad y que la situación pandémica estaba más tranquila— estaba lista para empezar a trabajar, recibí una llamada para el puesto de librera al que había postulado unos meses atrás. Estaba feliz y emocionada, no sólo porque era primera vez que postulaba a un trabajo formal, sino también porque era el trabajo de mis sueños.
Como buena lectora, a lo largo de mi vida había romantizado trabajar en una librería. Estar rodeada de libros, poder recomendar libros que me gustaban, conocer a más personas que aman leer, tal vez hasta leer libros en los ratos muertos. ¡Un sueño! ¿Y qué creen? Algo de verdad había en esta romantización, pero también cosas que nunca se me habían pasado por la cabeza.
El problema de la romantización
En definitiva, ser librera o librero implica mucho más que simplemente vender libros. Aunque en algunos casos puede parecer un trabajo simple de ventas o un trabajo tranquilo, dónde los tiempos muertos te permiten gozar de tu hobby, dónde no deben robar, dónde la gente que entra es muy culta, dónde hay silencio y calma, la realidad es que se trata de una idealización que ignora realmente el rol de las librerías. Así que, partamos por donde corresponde, esto es lo que no te dicen sobre como es trabajar en una librería:
Las librerías no son bibliotecas: Muchas veces la idealización que tiene la gente es imaginar la librería como una biblioteca, cuando la realidad es que es una tienda como todas las otras y sí, el objetivo es vender. Por lo que, en teoría está prohibido sentarte a leer un libro que no has comprado o sacarle foto a las páginas (por copyright) y los libreros, tenemos que recomendarte libros para poder venderlos.
Los libreros no van al trabajo a leer: Erróneamente muchas personas piensan que al trabajar en una librería, los libreros y libreras van a leer, o incluso que dentro de su contrato está el beneficio de poder acceder a los libros de la tienda. Pero así como los cocineros no van a comer al trabajo, nosotros no vamos a leer al trabajo (aunque en días muy lentos y con pocas tareas se puede).
Los libreros no han leído todos los libros de la librería: Si me dieran una moneda por cada vez que alguien me ha preguntado si he leído todos los libros de la tienda, estoy segura que con eso me podría dar unas ricas vacaciones. En definitiva no conocemos todos los libros de la tienda, menos aún los hemos leído todos. De hecho, en mi caso, muchos libros que amo ni siquiera están disponibles en la tienda.
Los libreros conocen todos los libros, autores y editoriales que existen: Así como, los libreros no han leído todos los libros disponibles en la tienda, tampoco conocemos todos los libros que existen, ni autores, ni editoriales. Sin embargo, sí podemos llegar a conocer mucho del mundo de los libros después de llevar tiempo en el rubro.
Los libreros saben a la perfección la ubicación exacta de cada libro: Aunque los libreros podemos conocer bien el stock que tenemos, no tenemos superpoderes. Para poder buscar los libros seguimos un sistema de catalogación, generalmente los libros están guardados por género/categoría y por apellido de autor. Además, la experiencia ayuda a que cada vez sea más fácil buscar.
Los libros tienen un orden práctico: Retomando el punto anterior, el libro del estante no está ahí porque se ve bonito, sino porque cumple con un orden práctico. Si un cliente saca un libro y luego lo deja en otro lugar, el librero tendrá un dolor de cabeza después. Así mismo, para poder mantener ese orden toca hacer sesiones de limpieza, revisión y organización frecuentemente.
Los ladrones también roban libros: Lamentablemente no hay servicio que se salve y en las librerías también roban. Muchas personas piensan que la cultura no es robada y que si alguien roba libros debe ser un “ladrón culto”. Y aunque tal vez haya alguien que robe para su propio placer, la realidad es que los libros robados son muchas veces best-seller de consumo público para vender en la calle.
Los precios no los pone la librería: Los libros son caros, pero lo que muchas personas no saben es que el precio no lo define la librería sino las editoriales. Aunque puede ser ligeramente diferente en librerías de retail, donde tienen mayor poder adquisitivo, en librerías de barrio recibimos los libros de la editorial con el precio definido. Por lo mismo, a menos que la editorial lo autorice, no podemos poner descuentos a lo loco.
Ser librero también es atención al cliente: A las librerías llega todo tipo de personas, desde quienes aman los libros y son grandes intelectuales, hasta personas que llevan años sin abrir un libro. Llegan personas amables y abiertas, pero también llegan personas que te ven como su servidor. Tendrás clientes que te recordarán de una vez anterior y otros que no dirán ni hola al entrar. Y a veces también tocará pelear con clientes que creen que pueden faltarte el respeto. Pues así es la atención al cliente, estar en primera fila interactuando con distintas personas durante horas.
Ser librera: más que un trabajo, un oficio
A pesar de todo esto, me gusta afirmar que ser librera es más que un trabajo, es un oficio, es decir, una ocupación laboral que requiere habilidades prácticas adquiridas a través de la experiencia y el aprendizaje práctico. Y es que, además de ser vendedores, quiénes nos dedicamos al rubro de los libros aprendemos una habilidad maravillosa: recomendar libros.
Recomendar libros requiere de habilidades que sólo se pueden aprender con la práctica. Cuando un cliente llega buscando una recomendación no basta con que conozcas libros, sino que sepas hacer las preguntas claves para poder escoger libros que puedan interesarle, logrando crear una conexión con quien busca una lectura. Imagina que fueras a una tienda de ropa y le dijeras a la vendedora que andas buscando ropa, pero que no sabes qué quieres, ni qué color, ni qué tipo de ropa te favorece más. Y ahí mismo, te hiciera una colorimetría y un estudio de morfología corporal. Bueno, los libreros hacemos algo similar, pero con recomendaciones de libros. Y no es una tarea fácil. Toca moldearnos, adaptarnos al cliente y sus necesidades, pero una vez hayamos encontrado el libro que pueda servir toca la segunda tarea: reseñar el libro. Tratar de contar la historia, sin decir más de lo que deberías, pero haciéndola sonar interesante, original y novedosa.
Encontrar el libro adecuado y saber vendérselo al cliente son habilidades distintas, sobre todo porque muchas veces el libro adecuado no es un libro que hayas leído tú, tal vez tu compañero lo leyó y te lo comentó a la pasada o lo escuchaste recomendárselo a otro cliente. O ni siquiera, tal vez leíste una reseña en internet. O ni siquiera, tal vez sólo leíste la sinopsis y trataste de retener la información en tu cabeza que quedó flotando en tu subconsciente, pero en el momento en que la necesitas tus neuronas hacen las conexiones necesarias para hacer y decir lo que corresponda al caso. Esa habilidad sólo se aprende con la práctica y toca ser curioso, hacer preguntas y dialogar con el otro para lograrlo. Eso es lo que amo de ser librera.
La ruleta rusa de la atención al cliente
Sin embargo, no olvidemos que atender a clientes significa pillarnos con una ruleta rusa. Debo admitir que me divierte especialmente ver vídeos cómicos sobre “tipos de clientes”, porque siempre puedo sentirme identificada de haber atendido a gente así. A veces es maravilloso poder encontrarte con gente interesante, que te trata de tú a tú, que te recomienda libros, que te escucha con atención. Otras veces es divertido poder atender a alguien que necesita una recomendación específica, sobre todo cuando entre varios libreros podemos ir sumando ideas. Pero en otras ocasiones, atender clientes es sumamente agotador.
Debo admitir que me considero una “persona de bien”, trato de ser amable, risueña y atenta con la gente, pero cuando estás tras el mesón te das cuenta de lo indiferente y egocéntrica que puede ser la gente. Tal vez soy un poco sensible con el tema, pero cosas como que entren sin saludar y directo a hacerte una pregunta, me molesta. Sobre todo si estoy atendiendo a alguien más cuando lo hacen. Eso me ha ayudado a ser más consciente de cómo debo actuar cuando la clienta soy yo. Lo curioso es que eso también me ha hecho darme cuenta de que entregar una buena atención también es una habilidad.
Tal como les digo, en estos tres años trabajando me he topado con distintos clientes y he escuchado un montón de barbaridades. He pasado horas hablando con clientes que simplemente vienen a conversar y eso me gusta, aunque en ocasiones avanza de más y comienzan a compartir cosas de su vida privada. También he hecho amistades con clientes frecuentes que vienen por nuevas recomendaciones y aprovecho de tomar nota de sus experiencias lectoras. También me ha tocado atender a personas que no tienen ni idea qué quieren leer, pero están decididos a salir con un libro en sus manos. Me gustaría contarles de todas las malas experiencias que he tenido (que han sido varias, un montón), pero algo me dice que este post no es el adecuado para eso. Porque sí, malos clientes hay, siempre ha habido y siempre habrá, aquí y en la quebrada del ají. Pero son los buenos clientes los que te hacen replanteártelo todo, valorar el oficio, desear que todas las personas que entren por la puerta salgan igual de felices. Y es que detrás del oficio, también hay vocación.
Vocación lectora: mucho más que sólo leer
Y a esto quiero llegar. Ser librera es más que trabajar vendiendo libros. Nos convertimos en mediadores de la lectura, un puente entre las obras y quién las lee. A veces llegan padres desesperados porque su hijo se entusiasme con un libro y ahí estamos, dandole ideas y de pronto, pasan unas semanas y te das cuenta que el niño enganchó y que quiere otro. O de pronto viene una persona por un regalo y decide llevarse dos copias de la recomendación porque tras escucharte hablar la curiosidad les hizo querer leer el libro también. O tal vez viene una adolescente y te pide que la ayudes a elegir su próxima lectura y cada semana después del colegio pasa a la tienda a comentar libros contigo. Personalmente, y puedo equivocarme, esta magia sólo la rodean los libros. No puedo imaginarme que esta conexión entre personas y objetos puedan ocurrir en otro contexto. Y sé que por eso amo tanto los libros, va mucho más allá de leer, de terminar libros, de acumularlos en el estante. Y tiene mucho más que ver con las personas que escriben, leen y comparten.
Ya había comentado antes que yo comencé a hacer blogs cuando era muy pequeña, aún recuerdo mi blog de libros. Desde ese momento, a los once o doce años, yo tenía el deseo de conectar con personas a través de la lectura. Pero con los años he descubierto que lo que me apasiona es lograr que otros conecten con los libros. Siempre he sentido ese llamado y de algún modo cuando estoy en la tienda logro responder a él. Y no quiero que se confunda, no me imagino dedicándome a esto toda la vida, ni tampoco creo que ese sea el único modo de lograrlo. Pero algo me dice que los años pasarán, las lecturas van a ir y venir, tendré más de un bloqueo lector en el camino, pero las cosas seguirán encontrándose en compartir la lectura.
Si te gustó lo que lees, puede que te guste:
Gracias por compartir tu experiencia de librera. Si un día realizo un documental sobre los libreros me gustaría contar contigo. Dices que romantizabas a los libreros. Por lo escrito parece que sigues enamorada de la profesión.
Cuando terminé el secundario recuerdo haber intentado conseguir trabajo en una librería, era mi sueño. Les dejé mi cv y obviamente nunca me llamaron. Por eso debe ser que sigue pareciéndome increíble poder trabajar en un lugar así📚 (sólo soy una treintañera que nunca superó la adolescencia)